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Manías de escritores (5)

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¡Hola señoras y caballeros! O caballeros y señoras...que luego no se queje nadie ;)

Hoy os traigo el último cartucho que me quedaba de manías de escritores. Éstas son manías que no encajaban directamente en ninguno de los apartados anteriores, así que pobrecitas, aquí están apoyándose unas a otras.








Thomas Mann era tan obsesivo con los personajes que creaba para sus novelas que incluso se imaginaba cómo podría ser su firma. Luego también le leía lo escrito a toda su familia y les pedía consejos.

Todavía recuerdo cuando tuve que inventarme la mía. No sé a vosotros, pero a mí me llevó mi tiempo. ("Casualmente" se parece a la de mi madre XD)








 

Gabriel García Márquez necesita estar en una habitación con una temperatura determinada. Debe tener en su mesa una flor amarilla, de lo contrario no se sienta a escribir. Y siempre lo hace descalzo. Si no está inspirado, no escribe absolutamente nada. 

Su pobre mujer no daba a basto. Ella plantaba y él arrancaba, ella plantaba y él arrancaba, hasta que decidieron mudarse al campo para tener una buena cantidad de jaramagos cerca... (Me habéis pillado. Ésto me lo acabo de inventar yo XD)





 


Henry Miller tenía manía a la comodidad. Para él la incomodidad era el acicate de la imaginación. Trabajar incómodo era la mejor forma de escribir algo potable.

Una teoría interesante...¿Cómo escribiría Henry? ¿A la pata coja? ¿Vestido con un mono de cuero ceñido? ¿Haciendo el pino-puente?








 

Chateaubriand dictaba a su secretario con los pies descalzos por su habitación.

Yo de éste mejor no digo nada, porque está mirando para acá y esa cara de psicópata...¡No, por dios! ¿Qué va a sacar de la chaqueta? ¡No quiero morir joven!








 
John Updike, si estaba atravesando un bloqueo literario, pensaba en el futuro: ¿cómo quedaría su libro en los anaqueles de una biblioteca pública? Se lo imaginaba con todo lujo de detalles y entonces encontraba nuevas energías para ponerse a escribir.

¡Ole sus huevos! Se imaginaba firmando también autógrafos a grandes multitudes, su cara impresa en gorras y tazas de café, recibiendo gritos de "¡John, quiero un hijo tuyo!" y claro, éso le quita el bloqueo a cualquiera XD 
Os confieso que cuando esta navidad compré el décimo de lotería (que habré comprado 2 en mi vida...) me tiré un mes imaginándome dando entrevistas a TVE1, inaugurando una biblioteca más grande que Fnac en mi pueblo, y contruyéndome una mansión con una biblioteca que le echara la pata a la de La bella y la bestia. En serio ¬¬ ¡John! ¡No estás solo!





 




Borges se metía en la bañera por la mañana y meditaba sobre si lo que había soñado valdría para un poema o relato.

 ¡Anda, mira! De Borges copió la idea Stephenie Meyer.







 

 Michael Chrichton era tan obsesivo con su trabajo que, cuando no estaba escribiendo, su cabeza estaba pensando en el libro. No en vano se casó 5 veces, y una de sus mujeres, Anne-Marie Martin, declaró: Era como vivir con un cuerpo inerte. Michael estaba siempre en otra parte.

Tiene que ser muy frustrante que, por ejemplo, mientras tu marido está besándote o haciéndote "mimitos" piense en un tyrannosaurus rex. (Michael es el autor de "El parque jurásico")





 



 Flaubert era incapaz de escribir sin antes haberse fumado una pipa.

¿Rellena de qué? Ésa es la cuestión, amigos.






 


Lord Byron se inspiraba con el olor de las trufas, así que siempre llevaba algunas en los bolsillos.

Bueno, bueno, no está mal comparándolo con Hemingway, que si recordáis llevaba una pata de conejo raída. (Me da igual Freyja, sigo pensando que llevar un trozo de bicho muerto en el bolsillo es una guarrada XD)








Fredric Brown no fue un escritor prolífico. Su promedio diario era de tres páginas. A veces escribía seis o siete páginas, pero eso era algo excepcional. Cuando urdía un argumento, Brown caminaba de una habitación a otra de su casa. Puesto que habitualmente él y su esposa estaban en casa buena parte del tiempo, tuvieron el problema de que ella le hablaba mientras caminaba, interrumpiendo entonces el hilo de sus pensamientos. Después de probar varias soluciones que no dieron resultado, decidieron que se pusiera una gorra de algodón rojo cuando no quería ser molestado. Así, cada vez que su mujer le quería decir algo, le miraba automáticamente a la cabeza antes de abrir la boca. Según su esposa, Brown “odiaba escribir, pero adoraba haber escrito”. Hacía todo lo posible para postergar el momento de sentarse ante la máquina de escribir: tocaba la flauta, leía algo, iba a recoger el correo o a jugar a ajedrez. Cuando regresaba a casa, pensaba que era tarde para empezar y lo dejaba para el día siguiente. Cuando llevaba varios días así le entraba el remordimiento de conciencia, y se sentaba por fin frente a la máquina de escribir. Si se le atascaba un argumento, muchas veces se iba unas horas de viaje en autobús. Algunas veces pasaba varios días fuera, pero volvía con la trama resuelta. En el apartado de las manías, odiaba que escribiesen mal su nombre. Era frecuente que figurara Frederic o Frederick. Brown era una gran defensor de la exactitud ortográfica, no en vano se dedicó profesionalmente en una época de su vida a depurar gazapos de los periodistas del Milwaukee Journal.

No sé por qué, pero ¡Me cae bien este hombre! Me lo imagino con su gorrilla de algodón roja y me mola. Reinventó el refrán y lo cambió por "Deja para mañana (o pasado) lo que puedas hacer hoy" XD









Y por el momento ¡son todas las manías de escritores que tenía bajo la manga!
Si por casualidad sabéis de alguna manía que yo no haya incluido en la sección, os agradecería que me la chivárais al correo del blog para poder compartirla ;)


1 besote ^^ muakk





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